Horizonte sabina

Montes de la Retuerta de Pina, Zaragoza

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Mi madre me decía muchas veces que tenía que aprender a valerme por mí mismo, y hacerlo lo antes posible, porque ella no iba durar para siempre. Me decía que, tarde o temprano, alguna vez en la vida, me vería solo y tendría que huir de algún peligro, echar a correr, ante lo que fuera, y que, llegado ese momento, tendría que estar preparado. 

Mi madre me llevaba delante de la casa, más lejos de la sabina, donde no había senderos ni caminos, solo monte y viento. Me llevaba allí, echábamos a andar en cualquier dirección, y nos parábamos en algún lugar del llano, con el viento sacudiendo nuestras ropas. Entonces, se soltaba de mí y, apartándose unos pasos, me gritaba desde la distancia: «¡Corre!».

Y yo respiraba hondo, llenaba los pulmones de aire, y echaba a correr con todas mis fuerzas levantando los pies para no tropezar, agachando la cabeza y apretando los puños, hacia adelante, contra el viento, pero siempre encontraba en mi camino un matorral o una piedra o un tronco caído y terminaba dándome de bruces contra el suelo.

Y cuando me hallaba magullado y manchado de tierra, con las rodillas escorchadas, oía a mi madre gritar desde la distancia: «¡Levántate y corre!». Y yo me ponía de pie, tambaleándome y, sin sacudirme el polvo siquiera, echaba a correr hacia adelante, contra el viento, hasta que me caía otra vez y volvía a levantarme y echaba a correr de nuevo y, al final, de tanto correr, dejaba de oír la voz de mi madre y terminaba perdido sin saber cuál era el camino de regreso.

Retuerta, JORGE OMEÑACA

Fotografía artística en edición limitada de 30 ejemplares que se entrega con certificado de autenticidad.

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